La majestad e ideal hermoso de justicia, de la revolución de independencia que ha estallado en Cuba, con bases y raíces que no le permitirán morir, exige de los que firmamos, sus representantes electos, el cumplimiento del deber de invitar a las personas representativas de cada comarca, bien sean hijos de España o de Cuba, a ayudar con su cordura y con su servicio previsor, al orden y al triunfo breve de una guerra que aspira a conseguir por medios generosos y sin devastación inútil, la emancipación de Cuba, como único medio de poner a cubanos y españoles en condiciones de desenvolver en la paz de la libertad, y con la energía del decoro satisfecho, el país que hoy languidece sacrificado a la necesidad que España tiene de pagar con los rendimientos de Cuba, las obligaciones de nación que no puede pagar por sí, y los vicios crecientes de su política. Cuba está madura para su entrada en el mundo trabajador, y debe emplear en su desarrollo los caudales que hoy paga al desgobierno que la corrompe. Cuba debe redimirse de una vez para siempre, de la vida de inseguridad y desconfianza que impide la concordia de los hombres y el trabajo de la riqueza de su suelo maravilloso. Semejante guerra, compuesta de modo que después de ella puedan vivir en amistad, y en su bienestar respetados, cubanos y españoles, tiene derecho a que los hombres de buen sentido y de verdadero amor al país, coadyuven a su éxito rápido, y contribuyan por métodos prudentes, a la satisfacción justa de las necesidades de la guerra, al orden de la Revolución que, en caso contrario, habría de atender con el exceso de la cólera, a su ley apremiante de existencia.
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Jamás intentos más puros movieron el brazo de los hombres, ni se hizo nunca guerra que reúna en igual grado, a la voluntad inquebrantable de vencer, la ausencia completa de odio. Los hombres buenos, y aun los que no sean más que sagaces, entenderán que ante tal determinación es más honroso y útil tomar puesto en la República futura, por el servicio a tiempo prestado, que pasar por la guerra y asistir a su victoria, con la señal de haberla ofendido sin razón, o desatendido cuando se la pudo atender.
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El orden revolucionario de esta comarca queda encargado tanto a la moderación y respeto de los jefes, que no excluirán la mayor energía en sus operaciones, como al tacto de las personas de representación, que ayudarán con sus servicios oportunos al comedimiento y benevolencia de la guerra, en vez de provocarla con su oposición injusta o irritarla con el penoso espectáculo de que los mismos que auxilian a sus enemigos, ven indiferente su generosidad y abnegación.
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