De suave reverencia se hincha el pecho y cariño poderoso, ante el vasto paisaje del río amado. Lo cruzamos, por cerca de una seiba, y, luego del saludo a una familia mambí, muy gozosa de vernos, entramos a l bosque claro, de sol dulce, de arbolado ligero, de hoja acuosa. Como por sobre alfombra van los caballos, de lo mucho del césped. Arriba el curujeyal da al cielo azul, o la palma nueva, o el dagame que da la flor más fina, amada de la abeja, o la guásima, o la jatía. Todo es festón y hojeo, y por entre los claros, a la derecha, se ve el verde del limpio, a la otra margen, abrigado y espeso. Veo allí el ateje, de copa alta y menuda, de parásitas y curujeyes; el caguairán, "el palo más fuerte de Cuba", el grueso júcaro, el almácigo, de piel de seda, la jagua, de hoja ancha, la preñada güira, el jigüe duro, de negro corazón para bastones, y cáscara de curtir, el jubabán, de fronda leve, cuyas hojas, capa a capa, "vuelven raso el tabaco", la caoba, de corteza brusca, la quiebrahacha, de tronco estriado, y abierto en ramos recios, cerca de raíces, (el caimitillo y el cupey y la pica-pica) y la yamagua, que estanca la sangre: -A Cosme Pereira nos hallamos en el camino, y con él a un hijo de Eusebio Venero, que se vuelve a anunciarnos a Altagracia. Aun está en Altagracia Manuel Venero, tronco de patriotas, cuya hermosa hija Panchita murió, de no querer ceder, al machete del asturiano Federicón. Con los Venero era muy íntimo Gómez que de Manuel osado hizo un temido gefe de guerrilla, y por Panchita sentía viva amistad, que la opinión llamaba amores. El asturiano se llevó la casa un día y en la marcha iba dejando a Panchita atrás, y solicitándola y resistiendo ella.- "Tu no quieres porque eres la querida de Gómez?" Se irguió ella, y él la acabó, con su propia mano. -Su casa hoy nos recibe con alegría, en la lluvia oscura y con buen café. -Con sus holguineros se alberga allí Miró, que vino a alcanzarnos al camino: de aviso envió a Pancho Díaz, mozo que por una muerte que hizo se fue a asilar a Monte Cristi, y es práctico de ríos, que los cruza en la cresta, y enlazador, y hoceador de puercos, que mata a machetazos. Miró llega, cortes en su buen caballo: le veo el cariño cuando me saluda: el tiene fuerte habla catalana; tipo fino, barba en punta y calva, ojos vivaces. Dio a Guerra su gente, y con su escolta de mocetones subió a encontrarnos.- "Venga, Rafael." Y se acerca, en su saco de nipe amarillo, chaleco blanco, y jipijapa de ala corta a la oreja, Rafael Manduley, el Procurador de Holguín, que acaba de salir al campo. La gente, bien montada, es de muy buena cepa. Jaime Muñoz, peinado al medio, que administra bien, José González, Bartolo Rocaval, Pablo García, el práctico astuto sagaz, Rafael Ramírez, Sargento primero de la guerra, enjuto, de bigotillo negro, Juan Oro, Augusto Feria, alto y bueno, del pueblo, cajista y de letra, Teodorico Torres, Nolasco Peña, Rafael Peña, Luis Pérez, Francisco Díaz, Inocencio Sosa, Rafael Rodríguez, y Plutarco Artigas, amo de campo, rubio y tuerto, puro y servicial: dejo su casa grande, su bienestar, y "nueve hijos de los diez que tengo, porque el mayor me lo traje conmigo". Su hamaca es grande, con la almohadilla hecha de manos tiernas; su caballo es recio, y de lo mejor de la comarca; él se va lejos, a otra jurisdicción, para que de cerca "no lo tenga amarrado su familia": y "mis hijitos se me hacían una piña alrededor y se dormían conmigo". Aun vienen Miró y Manduley henchidos de su política local; a Manduley "no le habían dicho nada de la guerra", a él que tiene fama de erguido, y de autoridad moral; trae espejeras: iba a ver a Masó: "y yo, que alimentaba a mis hijos científicamente; quien sabe lo que comerán ahora". Miró; de gesto animado y verbo bullente, alude a su campaña de siete años en La Doctrina de Holguín, y luego en El Liberal de Manzanillo, que le pagaban Calvar y Beattie, y donde le sacó las raíces a los "cuadrilongo", a los "astures", a "la malla integrista". "Dejó hija y mujer, y ha paseado, sin mucha pelea, su caballería de buena gente por la comarca". Me habla de los esfuerzos de Gálvez, en la Habana, para rebajar la revolución: del grande odio con que Gálvez habla de mí, y de Juan Gualberto: "a usted, a usted es a quien ellos le temen": "a voz en cuello decían que no vendría usted, y eso es lo que los va ahora a confundir". -Me sorprende, aquí como en todas partes, el cariño que se nos muestra, y la unidad de alma, a que no se permitirá condensación, y a la que se desconocerá, y de la que se prescindirá, con daño, o por lo menos el daño de demora, de la revolución, en su primer año de ímpetu. El espíritu que sembré, es el que ha cundido, y el de la Isla, y con él, y guía conforme a él, triunfaríamos brevemente, y con mejor victoria, y para paz mejor. Preveo que, por cierto tiempo al menos, se divorciará a la fuerza a la revolución de este espíritu, -se le privará del encanto y gusto, y poder de vencer de este consorcio natural,- se le robará el beneficio de esta conjunción entre la actividad de estas fuerzas revolucionarias y el espíritu que las anima.- Un detalle: Presidente me han llamado, desde mi entrada al campo, las fuerzas todas, a pesar de mi pública repulsa, y a cada campo que llego, el respeto renace, y cierto suave entusiasmo del general cariño, y muestras del goce de la gente en mi presencia y sencillez. Y al acercarse hoy uno: Presidente, y sonreír yo: "No me le digan a Martí Presidente: díganle General: el viene aquí como General: no me le digan Presidente". "¿Y quién contiene el impulso de la gente, General?"; le dice Miró: "eso les nace del corazón a todos". "Bueno: pero el no es Presidente todavía: es el Delegado". -Callaba yo, y note el embarazo y desagrado en todos, y en algunos como el agravio.- Miró vuelve a Holguín, de Coronel; no se opondrá a Guerra: lo acatará: hablamos de la necesidad de una persecución activa, de sacar al enemigo de las ciudades, de picarlo por el campo, de cortarle todas las proveedurías, de seguirle los convoyes. Manduley vuelve también, no muy a gusto, a influir en la comarca que lo conoce, a ponérsele a Guerra de buen consejero, a amalgamar las fuerzas de Holguín e impedir sus choques, a mantener el acuerdo de Guerra, Miró y Feria. Dormimos, apiñados, entre cortinas de lluvia. Los perros, ahítos de la matazón, vomitan la res. Así dormimos en Altagracia.- En el camino, el único caserío fue Arroyo Blanco: la tienda vacía: el grupo de ranchos: el ranchero barrigudo, blanco, egoísta, con el píco de la nariz caído entre las alas del poco bigote negro: la mujer, negra: la vieja ciega se asomó a la puerta, apoyada a un lado, y en el báculo amarillo el brazo tendido: limpia, con un pañuelo a la cabeza: "¿Y los pati-peludos matan gente ahora?" Los cubanos no me hicieron nadita a mí nunca,- no señor.
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