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José Joaquín Palma |
Toda Una Vida |
por la Dra. Fanny Azcuy Alón |
El Hombre |
“No hay duda de que las circunstancias ambientales en que una vida se ha desenvuelto y las características físicas de que se ve dotada -medio y herencia, atmósfera y constitución- son valiosos factores informativos e ilustrativos del edificio espiritual, moral e intelectual, que, sobre tales bases, se edifica después al decursar del tiempo y a tenor con el grado de permanencia favorable de las condiciones señaladas. |
“La vida de José Joaquín Palma y Lasso, se inició en ese nido de bravos que se llamó San Salvador de Bayamo, en una modesta casa de la calle Vicente Ferrer, a la vera de los muros antañones y agrietados del convento de Santo Domingo, ya por entonces cubiertos de musgos y helechos, en la mañana del 11 de septiembre de 1844. |
“Su infancia, como la de la mayoría de los hijos de los terratenientes bayameses de clase media, se nutre de ambiente campestre rusticador, de rígidas tradiciones citadinas compensatrices y de severa disciplina familiar moduladora; medios en los que se forman y asocian imágenes y conceptos primarios que habrán de trascender profundamente el espíritu del hombre y que estarán presentes en todos los momentos de la vida. La existencia infantil, moviéndose en los espacios abiertos, cabe las riberas del río Bayamo y en los amplios predios paternales de las fincas "San Joaquín", "La Palma" y "Olaya", disfrutando de una nutrición adecuada, dan a su organismo sano, vigor, elasticidad, salud, prestancia y una suma tal de energía, que desde muy temprana edad el chico siente hondo amor por la existencia y experimenta en plenitud la alegría y la felicidad del vivir. Son estos factores y circunstancias, además, elementos contributivos, en muy elevada cuantía, a la formación del carácter que más adelante habremos de analizar. |
“La prolongada contemplación de la Naturaleza durante los años en que precisamente la mentalidad humana es como una esponja que absorbe e inmoviliza avara el medio, determina la formación de imágenes que han de ser imperecederas al largo de toda la vida; la contemplación del costumbrismo y modalidades de vida de la ciudad, impregnada del conservatismo colonial y poblada de templos que, como centinelas de algo subjetivo, destacan sus estructuras envueltas en el misterio religioso, forjan en su espíritu indelebles nociones de austeridad; la observancia cotidiana de las normas y principios familiares, robustecida y asociada con las prolongadas lecturas bíblicas que cada noche desgranaba la cadenciosa y dulce voz materna, remachan en su alma profundas ternezas filiales con hábitos de mística expansión. Y todo ello contribuye a engendrar tempranamente en él, la cantera inmensa de sus motivos bucólicos, la fuente permanente de su suave misticismo y el más acendrado amor por aquel jirón de tierra, por aquellos recuerdos, por aquel pasado que en su vida es perpetuo presente, hasta el punto de que lo encontraremos más tarde, de que lo encontraremos siempre, palpitando en todos los momentos de la vida del poeta, como cuando dice, en magnífica evocación de la tierra bayamesa:(1) |
¡Oh, palacio de los sueños |
y las bellas tradiciones! |
Tus paisajes halagüeños |
son delicias del Abril: |
y en tus verdes pabellones, |
melancólica y parlera, |
trina el ave mañanera, |
juega el céfiro gentil! |
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“O como en el caso de esta profecía, a la que el coraje bayamés habría de dar cumplida respuesta, que sirve, a la vez, para demostrarnos cuán temprana y profundamente -ya que se trata de uno de sus primeros poemas- el joven bardo supo captar el espíritu y el sentir de sus conterráneos: (2) |
que tus hijos altaneros |
con la sangre de sus venas |
harán polvo las cadenas |
que marchitan tu beldad. |
Y los tiempos venideros |
hallarán sobre tus hombros |
aridez, muerte y escombros |
o un pendón de libertad! |
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“Pero también desde temprana época tuvo bellos arranques de profundo misticismo, que son a decirnos cuán hondamente habían arraigado en él las tradiciones religiosas maternas, como se manifiestan en estos versos de una oda que dedicara a Honduras: (3) |
escucha humilde lo que pide al cielo |
el oscuro poeta que te canta, |
que también el poeta es sacerdote |
cuando a los cielos su canción levanta. |
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“Ya hemos expresado, en cierto modo, que la niñez del poeta decursó en alternativas estancias en los predios familiares y en la ciudad, viéndose sólo interrumpida esta vida semicampestre, por un corto período de estudios en el convento de San Francisco, cuando el niño tenía unos nueve años' de edad. Pero el verdadero período de su educación formal se inicia hacia los doce años, en el dintel de la adolescencia, circunstancia iluminadora de dos realidades, de su bien cimentada robustez física y de la necesidad de esfuerzos autodidácticos para completar esa educación que se inicia y termina con la concurrencia sucesiva a los conventos de San Francisco y de Santo Domingo, donde, hacia 1856, ha terminado su primera enseñanza, bajo la dirección del venerable Padre Pedro Ramírez. |
“No hemos de continuar adelante sin señalar hechos que han de contribuir al esclarecimiento de proyecciones posteriores en la vida de nuestro biografiado. Palma no sólo encontró las condiciones ambientales que hemos esbozado, sino que tuvo antecedentes familiares que fueron factores de indudable contribución en el mismo sentido. Procedía de un tronco austero y recio, cuyo criollismo y prosapia constituyeron marco tan estimulante para su formación, como negativo se ha demostrado que son las influencias contrarias del misma tipo. Fue su padre don Pedro Palma y Aguilera, integrante del grupo de terratenientes de la región, de ese grupo que tanto había de contribuir, con sus gestos y actitudes, con su manifiesta independencia de criterio y con sus normas liberales, a la formación de aquella generación de cubanos y al inicio de los prolegómenos libertadores que, como metal precioso y bullente, encontramos caldeando la sociedad bayamesa en el período de tiempo precedente al grito de Yara. La madre, doña Dolores Lasso, era descendiente del ilustre Lasso de la Vega. En este medio, donde la moral tradicional se veía estimulada y acrecida por el orgullo de los antecedentes familiares, se formó José Joaquín Palma, quien, aun en la infancia, mostró su dotación mental y su apego a las letras, al familiarizarse precozmente con las obras de Arriaza, que figuraban en la escasa biblioteca paterna y cuyos idilios eran ya famosos en América. |
“Rebasada la primera enseñanza en el convento de Santo Domingo, ingresa Palma en el colegio "San José", que dirige don José María Izaguirre y donde rápidamente asciende a la categoría de profesor de enseñanza elemental, haciendo sus primeras armas magisteriales y teniendo su primer contacto íntimo con los niños, de los cuales ha de sacar el hombre, lineamientos y experiencias que han de presidir su conducta al largo de la vida: un amor profundo por sus hijos; una simpatía constante por los hijos ajenos; un grado de consecuencia extraordinaria para los adultos, a los que acaso contemplara muchas veces con la misma condescendencia con que miró, durante un tiempo, a los parvulitos del colegio de Izaguirre. |
“Uno de los perfiles singulares de la vida de José Joaquín Palma, es merecedor de especial señalamiento y consideración. Quien contemple a Palma en la plenitud vital, encarnando al poeta de una generación y de una gesta; quien observe la amplitud de cultura, recursos y vocabulario que supone su copiosa y variada producción; tiene que preguntarse, no sin preocupación, cómo es posible que, siendo tan limitado el conjunto de la cultura sistemática que por entonces se impartía en los planteles de la ciudad bayamesa, y sin haber Palma disfrutado todavía del recurso nutriente que son los viajes, poseyera tan seria y hasta tan sólida dotación intelectual. Pero Palma es uno entre los mil casos de que ha sido cuna nuestra América, en donde la autodidáctica es merecedora del crédito, por muchas de las cumbres de nuestra intelectualidad. |
“Palma fue uno de esos admirables especimenes autodidactas. Cuando ingresa en el colegio de Izaguirre, traba amistad estrecha con don Ignacio Martínez Valdés, hombre de edad provecta, que había sido amigo y protector de Plácido y profundo conocedor de las literaturas latina y española, bajo cuya diestra guía, lee e interpreta a los clásicos y se adentra en el mundo del bien decir, con belleza y elegancia. Pronto se crea tan honda identificación entre el mentor y el discípulo que, encarcelado Martínez Valdés bajo acusación a todas luces calumniosa, en la que sin duda influyera el antecedente citado, no fue obstáculo para que Palma, sin importarle los riesgos que ello suponía, ni preocuparse por lo tétrico del lugar, con vehemencia, ardor y terquedad de adolescente fiel a su modelo, acudía cada noche, de seis a nueve, a compartir con el maestro atribulado, su pena. Y en un rincón oscuro de la cárcel, con olvido manifiesto de las circunstancias deprimentes y dejando que el eco de tan singulares comentarios llegara hasta los oídos de los guardas sorprendidos, analizaban y discutían a Calderón, a Moreto, a Rioja, a Fray Luis de León, a los Moratín y a. Tirso de Molina. |
“Al impulso de esas charlas deliciosas, al calor de las lecturas razonadas, de los más bellos monumentos de la literatura hispana, es donde definitivamente se canaliza la vocación de Palma por las letras, se formaliza su apego a la poesía y se robustece su cultura general. Y a la formación intelectual que de modo tan singular alcanza, nutrida además, con el rígido espíritu moral de una familia honesta, ribeteado con los toques místicos que inician las lecturas maternas y colorean los mentores conventuales, unido todo a la libertad de movimientos y de pensamientos lograda en el decursar viviente en tierras no vedadas; perfilan y fijan una serie de conceptos básicos, avanzados, definitivos, con respecto a la vida y sus complejidades, que han de ser como el molde inalterable, como el patrón broncíneo, sobre el que después se habrán de recortar los gestos y actitudes de una vida agitada, inquieta y asaltada por los más diversos estímulos. |
“Y como morada propicia a la mentalidad y al espíritu que acabamos de esbozar, tuvo la gran dicha de disfrutar de un organismo sano, vigoroso, de indudables atractivos masculinos, que ha de tener no escasa influencia en las alternativas e incidentes de la vida del hombre y del poeta, tanto frente a las penalidades, como frente a los complicados problemas de la humana sensibilidad. |
“A los veinte años de edad se inicia José Joaquín Palma en las actividades periodísticas, dando a conocer sus primeras producciones literarias en La Regeneración, de Bayamo. Es por entonces cuando intercambia e intima, en los salones de "La Filarmónica", la aristocrática sociedad citadina, con la juventud más distinguida de Bayamo -puñado de pichones de cóndores- en cuya promoción figuran los nombres más destacados de la epopeya, que más tarde ha de iniciarse, con tanto de romántica y heroica. |
“Precisamente en una de las veladas de "La Filarmónica", es donde se produce el incidente que ha de situar a Palma del lado de la tendencia rebelde públicamente, al estar él tan estrechamente relacionado con los acontecimientos que se produjeron. Laureano Fuentes, famoso violinista santiaguero, ofrecía esa noche un concierto. Y en el salón social se había dado cita lo mejor de Bayamo, estando la intelectualidad local gallardamente representada por Lucas del Castillo, José Joaquín Palma, Juan Izaguirre Guzmán, Ramón Céspedes Fornaris, José María Izaguirre, José Fornaris y otros muchos, y figurando, como invitado de honor, el coronel Rafael Menduiña, Gobernador militar de la plaza. |
“Describe el historiador José Maceo Verdecia: (4) |
“...era una fiesta de la mayor espiritualidad, y en la cual, rivales de altos cielos, la música sería presentada por la poesía, pues la Directiva de la misma, respondiendo a la alta significación del huésped, había comisionado a uno de sus poetas más exquisitos, a José Joaquín Palma, para que le diera la bienvenida al ilustre visitante. Como era de esperarse escribió unos versos de salutación hermosísimos, pero de elevados tonos patrióticos, hecho éste que era motivo de interés para los invitados que ya los conocían, y para los demás asistentes también motivo de idéntico entusiasmo, la noticia de que serían recitados por su autor, de quien, como declamador, se hacían cálidos elogios. Envuelta en esa atmósfera embrujadora que nacía del connubio del interés y de la espera, al aproximarse los instantes en que el poeta debía aparecer ante su auditorio, conmovido tal vez por el espectáculo imponente de la concurrencia, no se sintió capaz de llenar su cometido. Obvió el compromiso recurriendo a su maestro, al Sr. José María Izaguirre, allí presente, para que les diera lectura, cosa a la que accedió gustoso el ilustre pedagogo. Llegado el momento, acometió el señor Izaguirre su empresa. Recitador admirable como era, bellos y oportunos los versos, al saltar las últimas estrofas de sus labios, una salva de aplausos estalló en el espacioso salón... Cesaron éstos, y llamando la atención de la distinguida concurrencia por la forma afectada con que lo hizo, se levantó de su asiento, nervioso y pálido, el Gobernador Menduiña. El patriotismo de que estaban inflamados los versos y la nutrida ovación de que habían sido objeto, le llenó de indignación. Se dirigió al Sr. Izaguirre, y sin preámbulos de ninguna clase, con desusada descortesía, le interrogó, frente a todos los invitados: |
“-Dígame Vd., Sr. Izaguirre, ¿con permiso de quién ha leído usted esos versos? |
“-Con el que acostumbramos en esta sociedad- le replicó, sereno, caballeroso, pero terminante y enérgico, el sabio pedagogo. |
“-Está bien- le replicó Menduiña. -Pero para que aprenda usted mejor, vaya arrestado para su casa. |
“-Gracias- exclamó Izaguirre, y acompañado de José Joaquín Palma y de otros amigos más, abandonó aquel lugar, dirigiéndose en calidad de detenido para su colegio... Presente se hallaba, en compañía de sus hijas, la señora Ana Izaguirre, prima de don José María. Ella, al escuchar la orden de Menduiña, se puso de pie y, dirigiéndose a sus hijas, que estaban un poco distantes, exclamó con voz fuerte que pudo escuchar la concurrencia, mirando de hito en hito, despreciativamente, al Gobernador: |
“-¡Hijas, vámonos! El Sr. Gobernador acaba de insultar a nuestra Sociedad-. Y volviéndole la espalda con ofendida altivez, abandonó el local seguida de sus hijas y de las numerosas familias que allí estaban, encaminándose todos al colegio del famoso pedagogo. El Gobernador Menduiña se quedó solo en el local... A los pocos momentos, apreciando la acción de que había sido objeto y de la cual él era el único responsable, llamó a su ayudante y lo envió a casa de Izaguirre, suspendiéndole el arresto y suplicándole, con las más corteses excusas, que retornase a los salones de "La Filarmónica". |
“-Dígale usted al Sr. Gobernador que le doy las gracias por la suspensión de mi arresto pero que no puedo complacerlo con mi retorno al local de la sociedad, porque todos los invitados se encuentran reunidos en mi colegio, donde ha continuado el concierto. |
“Indispensable marco al estudio de una personalidad, es el íntimo conocimiento del sujeto físico, conocimiento del que se derivan muchas de las peculiaridades del individuo. Es por eso, que ponemos tan especial interés en ofrecer a este culto auditorio una silueta, tan detallada y minuciosa como sea posible de nuestro biografiado, empeño en el cual renunciamos con gusto a los pobres recursos de nuestra palabra, para dar la oportunidad a quienes, con maestría y certeza singular, han hecho la mencionada descripción. En crónica que firma Enrique Hernández Miyares,(5) aparecen estas diestras pinceladas: |
“Decía Juan Sincero que el tipo de Palma le recordaba al colorista incomparable Pedro Pablo Rubens, y añadía: Los ojos grandes y azules, la mórbida frente espaciosa y melancólica, la nariz de tono asirio, un modelo en la especie; la boca correcta y elegante, la barba luenga y profusa, entre color de oro y de avellana, salpicada de hilos de armiño; cabellera castaña, abundante, del corte de la de Zorrilla; el óvalo judaico, de estatura común, de continente gallardo, con el aire de indolencia ingénito al hombre del trópico y en el semblante la expresión de inefable tristeza de las vírgenes que aguardan el advenimiento de la primera pasión, o de los empedernidos adoradores de vaporosos ideales. |
“Esta descripción se complementa, en cierto modo, con lo que tomamos de Cromitos Cubanos de Manuel de la Cruz: |
“...árabe, blondo, arrogante como un poeta escandinavo y femenil como un andrógino del celeste coro, místico y sensual como un ermitaño... siente y se produce como súbdito de un califa y como el coetáneo de un barón feudal. |
“Ramón Rosa, que frecuentó la intimidad del poeta que a la sazón era Ministro del Gobierno de Honduras, lo describe así: (6) |
“...joven de treinta y siete años, de regular estatura, de gallardo continente, de aire melancólico, de abundante, larga y castaña cabellera, de frente espaciosa, pálida y meditabunda, de grandes ojos azules, de mirada intensa y perspicaz, de correcta boca de cuyos labios fluyen, como la miel, dulces las palabras; de luenga y poblada barba, surcada ya por canas prematuras y de cierto natural abandono, de cierta dejadez poética en el vestir, en los movimientos y en los modales. |
“Esa dejadez poética en el vestir, a que se refiere Rosa -valga la aclaración- no era acusadora, como pudiera interpretarse, de despreocupación de su persona y del bien parecer del buen mozo que era nuestro poeta. Muy al contrario. Era la dejadez elegante de quien se sabe un hombre atractivo y tiene la noción de cuáles son, entre sus características físicas, las más impresionantes y seductoras, las que mayor majestad y distinción comunicaban a su persona. Era de tal modo atildado en este sentido, que siempre tuvo especial cuidado en conservar y realzar los detalles que le favorecían, no sin un dejo de ese grado de coquetería que es permisible en los varones elegantes. Prueba de tal afirmación es la versión que El Cautivo nos ofrece, en crónica escrita con motivo de la muerte del poeta y de la que extractamos esta síntesis:(7) |
“Expresa El Cautivo que, |
“de regreso Palma en Guatemala, después del viaje que hiciera a Europa en compañía del ex-Presidente Soto, se encontraron y se saludaron efusivos, sin que el periodista pudiera contener un gesto de sorpresa y la alarmada pregunta: |
“-¿Qué has hecho de tu hermosa barba? |
“Palma -dice el cronista- suspiró lánguidamente, sus grandes ojos azules me miraron con tristeza, y tras breve silencio murmuró apenas con su habitual indolencia: |
“-Te diré-. Y tomando asiento junto al interrogador, le explicó: -El sacrificio se consumó en Londres. Aquella niebla densa y húmeda, unida al humo del carbón de las enormes fábricas, lo ensucia y lo mancha todo. La barba me oliscaba a fogonero de un tren en marcha. Se hacía necesario vivir sobre la aljofaina, y aquella esclavitud era ya algo insoportable. Un día, desesperado, expresé la idea de hacerme afeitar la barba. No había acabado de decirlo, cuando mi compañero de viaje, queriendo probar los quilates de aquella heroica resolución, se abalanzó a la pared, comprimió el botón de un timbre, apareció el criado, se oyó una orden y minutos más tarde se presentaba, armado de todos sus bártulos, el fígaro del hotel... Fue imposible resistir -prosigue El Cautivo- y el poeta vio desprenderse su magnífica barba castaño-oscuro, con la honda y triste amargura de la virgen profesa que entrega sus rubias trenzas -atavío de sus gracias- a la mano indiferente que, al decir de Campoamor: corta rayos de sol con las tijeras... Palma concluyo con pausado y melancólico acento: -Recogí la barba, la guarde cuidadosamente, y pocos días después, al volver a Francia, en pleno canal de la Mancha, en aquel mar normando, la sepulte para siempre... |
“El ex-Presidente Soto -termina Fajardo Ortiz- refería despues a sus amigos que el sacrificio de la barba del poeta había tenido por causa algunos hilos de plata que comenzaban a brillar en ella... ¡Honni soit qui mal y pense!” |
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“(1) J. J. Palma. Poesías. Edición de Tegucigalpa, 1882, pág. 67.” |
“(2) J. J. Palma. Ob. cit., pág. 68.” |
“(3) J. J. Palma. Ob. cit., pág. 130.” |
“(4) José Maceo Verdecia. Bayamo, Manzanillo, págs. 53, 54 y 55.” |
“(5) Revista El Fígaro, Habana, agosto 13, 1911.” |
“(6) J. J. Palma. Ob. cit. Prólogo.” |
“(7) La Opinión, habana, agosto 4, 1911.” |
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