(Grace Moulton) |
Abro tu libro... y en él |
quisiera en dulce tributo |
dejarte el excelso fruto |
de la lira o el pincel. |
Pero el estro indocto y cruel |
cuerdas y lira destroza; |
la musa no se alboroza |
y huraña, estéril y vieja, |
como la tarde se queja |
como la tarde solloza. |
Tú que en el fragante abril |
bordando ilusiones vives, |
que luz del alba recibes |
y perfumes del pensil; |
Tú que festiva y gentil |
huellas flores a tu paso, |
tú que eres sol sin ocaso, |
mereces cual don divino, |
pinceladas del de Urbino |
y estrofas de Garcilaso. |
Cuando en brillante salón |
dices una rima hermosa, |
va de tus labios de rosa |
en ondas al corazón. |
La gracia, la inspiración, |
el arte y el sentimiento |
vibran en tu dulce acento, |
que imita con poderío, |
el suave rodar del río, |
el blando gemir del viento. |
Cuando en noches de placer |
........................... |
al compás del piano cantas |
con inefable poder, |
Tu voz se siente correr |
como de fuente argentina |
la música peregrina, |
o bien finge arrobadora, |
ritmos del aura que llora, |
notas del ave que trina. |
Te dio el bulbul su cantar, |
su ardiente savia el verano, |
y el antílope africano |
la mirada y el andar. |
Te dio nítido azahar |
su albura de aroma henchida, |
la aurora su sien ceñida |
de rizos áureos y leves, |
y yo las últimas nieves |
del invierno de mi vida. |