Sólo momentos me quedan; son las doce, y acabo de terminar tu artículo: ¿te diré, ya al estribo del correo, el júbilo con que acepté el generoso encargo de escribirlo? Era mi deseo callado, y vino a mí naturalmente; pero ¿cómo habré podido decir en mi posición especialísima, escribiendo para un diario de la Habana, todo lo que tú mereces? Has de decir al señor San Miguel que estimo en lo que vale el encargo que por tí me hace, como todo lo que hace por mi tierra, que creo de trascendencia incalculable. No he puesto mi firma al pie del artículo, no en manera alguna por que lo rehuya si así lo quiere el periódico, sino por que no pareciese imposición de mi nombre, y aprovechamiento impuro de un asunto que está por sobre las personas. Si se desea que lleve mi firma, autorízalo. Yo lo he escrito de manera que el lenguaje no parezca impropio en el periódico. Y dime de veras si he dicho lo que tú esperabas y se debía decir.
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