Al subir de la imprenta recibo su telegrama. Sin voz, y con el corazón a medio salir, pasa el día este amigo cariñoso de Lucianita y de Angelina. Como que me hace ya falta oír la palabra consejera de la una, y ver los ojos leales y piadosos de la otra. Salúdemelas, y tráigaselas pronto.
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¿Cómo no le han contado lo del domingo? De sí misma nació, -y casi de improviso, una fiesta brillante- brillante y conmovedora. ¡Hubiera oído a Estrada Palma, cuando nos dio, y se dio con nosotros, por los continuadores legítimos de Guáimaro! Arreglé las cosas sobre el campo, y del desorden pudimos sacar fuerza. Grandísima falta me hizo Vd. El noble Emilio tomo a pecho leer su discurso, y aunque la emoción no le dejaba donde pararse a la sintaxis, esto mismo realzó el tema, que era la consagración de los cubanos nuevos a la patria. Su voz temblorosa era el discurso. Fraga, un latigazo. Sotero, un canto. Lantigua, párrafos sanos y numerosos. Serra, hecho un machete. Emilio, una promesa. Benjamín, todo un constituyente. Yo, ví que la gente venía de cabalgata, y tuve, medio muerto como estaba, que montar a caballo. Estrada fue una gloria; tuvo frases que no han de morir. Estaba lindo como un novio: chispeantes los ojos, encendido el color, feliz toda la cara, vigoroso el pañuelo. Gran respeto en el público, y unánime entusiasmo.
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Dígale a José Ignacio que, entren y salgan congresos, yo soy siempre para él el niño amoroso y agradecido a quien llevaba de paseo al Calabazar. Cuando uno va a morir, tiene miedo de ser desamado. Goce, y quiera a
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