8 de Junio [1887] |
Mi amigo querido:
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Me dejaron sumamente contento las líneas -nada más que líneas- en que me anuncia su llegada a Lisboa, y el bienestar que ya había comenzado a gozar en ella: hasta los nombres -¿no me habla usted de un Bellas?- convidan a vivir. Después de su ida he sabido que Don Juan Valera invitaba con insistancia a Soto a que cambiase su vida fosca y solitaria de New York, por la de Lisboa, que le pintó siempre como gratísima, módica y muy adecuada a nuestros gustos. Y él debe saberlo, porque vivió allí de Ministro muchos años. Mañana sale Soto para Europa, y me dice que, si no encuentran los neurólogos demasiado mal a su mujer, irá sin falta a Lisboa. Yo me figuro aquello, como una cesta de naranjas. Acá, ya usted lo sabe, llueven dardos y se respira plomo. Usted me hace falta, pero vale más que viva donde goza.
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Le incluyo a S/L. por 87, mitad de lo que produjo el Consulado desde su salida hasta el 1º de Junio, después de deducidos renta y portero. Los porteros nuevos son dos cónyuges a lo Paul de Kock: ella, aseñorada, teñida y vejancona: él bellote, mozo y solícito: y ella se pasa el día gorgeando -¡mísero de mí! al pie de mi ventana.
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No se si habré hecho mal en tomarle la letra sobre Londres: pero no me lo parece, ya porque allí supongo facilísimo venderla, ya porque, por favor de Seligman a Philippson, no nos cobran giro, y me dán, como ve, la letra por la misma suma que aquí les he entregado, mientras que Amsinck me pedía por los $87.95. Si erre, usted me dirá el mejor modo. Este mes, la entrada parece más modesta que al anterior. No le mando nota, porque escribo en casa, donde acabo de recibir la letra que a última hora me sacó Philippson. ¡Viera el Consulado! Las arrugas de mi frente han ahuyentado el concurso. El bello Avila me ve de lunes a sábado. Betancourt, con su paso cuidoso, entra, dá una vuelta, y se disipa. Mestre, lleno de esperanzas, y proclamando bienhechor de la patria por un periódico de Buenos Aires por su folleto y carta al Ministro, viene con moderación y se prepara un viaje nuevo, con probabilidades de suceder a Ruiz que está ya sin sillas que ofrecer a sus visitantes.
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Déjeme decirle que de la tierra llegan muy buenas noticias por conductos desinteresados, y aun hostiles. Parece, a pesar de lo muy animada de la política, del descontento de los colorados puros, y del desdén de los principistas a la rama menor de los constitucionales, que la gente nueva se afirma sin esfuerzo, que la confianza y los negocios crecen, que el papel público alcanza, sin violencia ni empuje de entrebastidores, tipos nunca vistos, y que aún los más descontentadizos creen llegada de veras una época de paz durable. Eso ya lo sabía yo, sumando y restando opiniones diversas. Ayer llegó de allá un comerciante humilde, pero de buen pensar, un Easton, y me confirmó todas esas felices novedades, el decidido favor de que goza la nueva gente, y la penosa noticia, que ya me había dado Betancourt, de que el buen Farini ha echado colosales carnes.
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No le robo más tiempo. Espero el Exequatur, que no habrá venido, porque el Presidente anda de aniversario en las montañas. Tengo verdadera impaciencia por recibir noticias definitivas suyas, todas tan buenas como la que me dá de la impresión agradable que a los suyos hizo Lisboa, y la baratura singular del hotel, que ya sé es de los mejores. Callo. Converse de mí a los muchachos. Salude a Marion muy cariñosamente, resucite los pinceles, y cuéntele todo lo suyo a su amigo.
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José Martí |
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