Mis cartas a Manuel Mantilla, a quien le recomiendo como hijo, y a González, y a Maceo, que envío por Vd. abiertas, dicen lo que -pareciéndome la lengua inútil entre Vd. y yo- no debo repetir a Vd. ¿Lo que espero de Vd.? Que aprovechando el plan con que sale el yacht seguro y veloz, salve la expedición o le ayude a Maceo a salvarla, para lo cual bastará mantener la ficción de los trabajadores que vuelven a las minas de Mantell en Cuba y los tres o cuatro amigos de Mantell ahí que el yacht va a buscar, hasta que ya se esté a vista del lugar de Cuba y se diga que ahí es donde deben quedar las provisiones y los trabajadores, e irse a ver si está Mantell, para seguir viaje. Y si eso no pudiese ser, si no pudiese el yacht salir de ahí, espero que me salve el cargamento, y con el oro que lleva... me lleve la expedición en una goleta. Que si no ha recibido cable antes en contra, es que ya está peleando o llegando por el Norte este hombre que lo ama a Vd. ¿Qué más he de decirle? Preparen la balsa a bordo; van hachas para romper en tierra las cajas; van revólvers en una maleta de Manuel para hacer entender razón a última hora; y sobre todo va el oro para endulzar, so pretexto de gratificación de despedida, el trabajo final de la tripulación.
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De mí, nada. De Vd., la esperanza de verlo defender con el civismo independiente la libertad que conquiste con la fuerza de su brazo, y el rayo que le luce en los ojos.
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