Damisela Diario de José Martí en Cuba - Manifiesto al New York Herald.

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José Martí
Diario en Cuba,
Manifiesto al New York Herald


A continuación presentamos el Manifiesto al New York Herald emitido por José Martí desde los campos de Cuba en plena Guerra de Independencia. Este Manifiesto fue escrito el 2 de mayo de 1895 en el campamento de Rita Perdomo.




Al New York Herald


Sr. Director

del “New York Herald”


The New York Herald ofrece noblemente la Revolución cubana por la independencia de la Isla y la creación de una República durable, la publicidad de su diario; y es nuestro deber, como representantes electos de la Revolución, vigentes hasta que ella elija los poderes adecuados a su nueva forma, expresar de modo sumario al pueblo de los Estados Unidos y al mundo las razones, composiciones y fines de la Revolución, que Cuba inició desde principio del siglo, que se mantuvo en armas con reconocido heroísmo de 1868 a 1878, y se reanuda hoy por el esfuerzo ordenado de los hijos del país dentro y fuera de la Isla, para fundar, con el valor experto y el carácter maduro del cubano, un pueblo independiente, digno y capaz del gobierno que abre la riqueza estancada de la Isla de Cuba, en la paz que sólo puede asegurar el decoro satisfecho del hombre, al trabajo libre de sus habitantes y al paso franco del Universo.


Cuba se ha alzado en armas, con el júbilo del sacrificio y la solemne determinación de la muerte, no para interrumpir con patriotismo fanático por el ideal insuficiente de la independencia política de España el desarrollo de un pueblo que hubiera podido llegar en paz a la madurez, sin estorbar el curso acelerado del mundo que en este fin de siglo se ensancha y renueva, sino para emancipar a un pueblo inteligente y generoso, de espíritu universal y deberes especiales en América, de la nación española, inferior a Cuba en la aptitud para el trabajo moderno y el gobierno libre, y necesitada de cerrar la Isla, exuberante de fuerzas naturales y del carácter creador que los desata, a la producción de las grandes naciones para mantener con el ahogo violento de un pueblo útil de América, el mercado único de la industria española, y los rendimientos con que paga Cuba las deudas de España en el continente, y sostiene en la holganza y el poder a las clases favorecidas e improductoras, que no buscan en el trabajo viril la fortuna rápida y pingüe que desde la conquista de España en América esperan un día u otro obtener, y obtienen de los empleos venales y gabelas inicuas de la colonia.


El pensamiento superficial, o cierta especie de brutal desdén, deshonroso sólo -por la ignorancia que revela- para quien se muestra así incapaz de respetar la virtud heroica, puede afirmar, con increíble olvido de la pelea intelectual y armada de Cuba en todo este siglo por su libertad, que la revolución cubana es el purito insignificante de una clase exclusiva de cubanos pobres en el extranjero, o el alzamiento y preponderancia de la especie negra en Cuba, o la inmolación del país a un sueño de independencia que no podrán sustentar los que la conquisten. El hijo de Cuba, levantado en la guerra y en el trabajo de la emigración durante un cuarto de siglo, a tal plenitud moral, industrial y política, que no cede a la del mejor producto humano de cualquier otra nación, padece, en indecible amargura, de ver encadenado su suelo feraz, y en él su sofocante dignidad de hombre, a la obligación de pagar, con sus manos libres de americano, el tributo casi íntegro de su producción, y el diario y más doloroso de su honra, a las necesidades y vicios de la monarquía, cuya composición burocrática y perpetua privanza de los factores nulos y perversos de la sociedad, nacida en las encomiendas y mercedes de la América, le impide permitir jamás a la atormentada Isla de Cuba, que en la hora histórica en que se abre la tierra y se abrazan los mares a sus pies, tienda anchos sus puertos y sus aurígeras entrañas al mundo repleto de capitales desocupadas y muchedumbres ociosas, que al calor de la República firme hallarían en la Isla la calma de la propiedad y un crucero amigo.


Los cubanos reconocen el deber urgente que les imponen para con el mundo su posición geográfica y la hora presente de la gestación universal; y aunque los observadores pueriles o la vanidad de los soberbios lo ignoren, son plenamente capaces, por el vigor de la inteligencia y el ímpetu de su brazo, para cumplirlo; y quieren cumplirlo.


A la boca de los canales oceánicos, en el lazo de los tres continentes, en el instante en que la humanidad va a tropezar a su paso activo con la colonia inútil española en Cuba, y a las puertas de un pueblo perturbado por la plétora de los productos de que en él se pudiera proveer, y hoy compra a sus tiranos, Cuba quiere ser libre, para que el hombre realice en ella su fin pleno, para que trabaje en ella el mundo, y para vender su riqueza escondida en los mercados naturales de América, donde el interés de su amo español le prohibe hoy comprar. Nada piden los cubanos al mundo, sino el conocimiento y respeto de sus sacrificios, y dan al Universo su sangre. Un ligero estudio de la composición nacional de España y de Cuba, basta a convencer a una mente honrada de la justicia y necesidad de la revolución, de la incompatibilidad de carácter nacional, por sus raíces diversas y sus distintos grados de desarrollo, entre España y Cuba, de los objetos encontrados, y por tanto llamados a choque, de ambos pueblos en la sujeción violenta a la metrópoli europea y retrasada de la isla americana, contemporánea y laboriosa, y de la pérdida de energía moderna que envuelve la dependencia de un pueblo ágil y bueno, en la época más trabajadora y fraternal del mundo, de un trono obligado, por la viciosa constitución individual de sus mayores decadentes, a negar la maravilla natural de Cuba, y el factor enérgico del carácter cubano, a la obra unida, e idéntica sobre sus conflictos superficiales, de las nacionalidades del orbe.


Ligadas hace cuatrocientos años las regiones españolas, ásperas y celosas, contra el moro áspero afeminado en la molicie, vino, en mal hora para España, a cuajarse la monarquía y unificarse en la conquista, como todas las conquistas, fatal para el vencedor, de las tierras, desnudas de América. De sus productos se enriqueció, y con la posesión perenne de las Indias se aquietó y empleó, bajo los reyes, la población soldadesca y aventurera con que se fundó en España la nacionalidad; y a lo más leído era entregado, como menor oficio, el trabajo penoso de la tierra y las industrias, porque la tentación de América arrancaba lo más intrépido y capaz del país, y aun de las clases menores de las llanezas, creaba con la aspiración primero, y luego con la satisfacción, una como orden vagabunda y copiosa de caballería. Amor, peleas y letras, fueron siempre en el español, sobrio hasta hace poco, alimento bastante a su vida pródiga e imaginativa: y América vino a ser tan ancha abra de riqueza robusta o pasajero lucro, que a ella y a sus rendimientos fueron amoldándose en España la vida pública y tal carácter personal, que en la riqueza cubana, creciente por la solicitud del comercio, el privilegio de la esclavitud y la laboriosidad criollas, a pesar del gobierno predatorio, rehallaron las fuentes que con la pérdida de las colonias continentales les parecían cegadas. La imitación pegadiza, en la España reciente, de las formas suntuosas de la vida moderna, sin la industria y empuje que en los pueblos brillantes de Europa la crean y excusan, ha aumentado en el pueblo español las necesidades de la existencia, sin aumento correspondiente de las fuentes de producción. que en lo privado continúan siendo, en porción muy principal, las granjerías cubanas. España es ésta, en relación con Cuba.


¿Qué es Cuba en tanto?


Enamorada, a la guía de sus preclaros varones, desde la cuna liberal del siglo, de las ideas y ejercicios del mundo nuevo, y dotada la mente isleña de singular poder de análisis y moderación, buscó Cuba en las naciones pensadoras, y trajo de ellas, un ideal superior a la agria condición de factoría de siervos que envilecía rápidamente a los naturales; y cuando estas ansias de libertad fructificaron en la revolución de 1868, aquel pueblo de hombres verdaderos redimió en su primer acto de nación la esclavitud negra que le daba a la vez soberbia al amo y gozos de opulencia; y sus mujeres se fueron a los montes a acompañar vestidas de telas de árbol, a los maridos que peleaban por la libertad; y sus magnates incendiaron sonriendo las casas de sus pergaminos y señoríos. Los letrados regalones anduvieron diez años por el bosque con la República a la espalda, sin más alimento a veces que los animales desdeñados y las raíces salvajes. Los jóvenes elocuentes, con el rifle al hombro, buscaron tribuna a la sombra de los árboles. El petimetre enamoradizo aprendió, en un golpe de alma, a cercenar de un machetazo las cabezas de la tiranía. El marqués descalzo enterraba con sus manos, en el silencio de las selvas, a la compañera que trajo a cuestas a la sepultura. La república nació, imperfecta como un gigante niño, de aquellos ancianos solariegos y demócratas imberbes, y se ganaron batallas en que tres centenas de hombres dejaban por tierra a quinientos siete enemigos; y en los montes, fecundados por la revolución, surgían siembras, fábricas y talleres. Y cuando el hábito de localización, creado a favor de la inexperiencia de los héroes, aisló y vició la guerra, y la perturbó de modo que pudo disuadirla el español, continuó el pueblo de Cuba, audaz e inteligente, esparcido en los trabajos más diversos por los países hábiles de la tierra; vino en las personas de muchos de sus mantenedores a buscar en el goce y la práctica de la libertad en los pueblos americanos, el consuelo al eclipse de la propia, y en la fatiga de la vida reemplazó con la autoridad y sustancia del trabajo, la timidez y desconfianza que aún se notan, como elemento detractor y deprimente, y consecuencia de los privilegios de la esclavitud, en los elementos que se han criado más cerca del cadalso y del vicio oficial en la sociedad cubana. Los que vivían en Cuba, los veteranos y sus hijos o émulos, acumulaban en el dolor y laboriosidad inútil, y bajo el vejamen continuo, la indignación. que, con fuerza de carácter, estalla ahora, al llamamiento de los patricios de nuestra libertad. De la tradición de sus hombres, de lucidez propia y rebelde; de la veneración de los mártires de la independencia del largo ejercicio de la guerra y el destierro; del poder humano de abnegación y de creación, y del conocimiento y práctica de la vida liberal y trabajadora de las naciones ejemplares, surge a la vida política el hombre cubano verdadero, blanco o de color, con variedad de profesiones y sabiduría, con desusado despejo e inventiva, y con hábitos de tolerancia y convivencia que exceden, o por lo menos igualan, las fuentes de discordia, que si la guerra y el trabajo común hubieran ahogado tal vez una república constituida de súbito por la relación artificial política entre amos y siervos, sin la sanción y prueba lenta de la realidad gradual. Así, templado al fuego de la vida corriente, es el pueblo cubano. El conoce las fuerzas de la naturaleza, y ansía deshelarlas. El habla las lenguas vivas del mundo, y piensa con facilidad en las principales de ella. El brilla por su cultura superior, como quien, más, en los centros humanos, donde más se brilla, y en sus hijos humildes ya ha creado un carácter constante, moderado e iniciador. El ha alcanzado de si, frente a la sociedad apagada e incrédula, de la colonia, un pueblo sereno, que se ofrece sin miedo al examen de los hombres justos, seguro de su simpatía y aprobación. ¿Y este carácter nacional cubano vivirá atado por el permiso culpable de las naciones libres, a la necesidad española de demandarle tributo para mantener a sus clases perezosas, huidas del concierto humano, en la holganza y lucro que en los diez años de la guerra se tiñeron hasta la garganta, y pueden volver a teñirse ahora, con licencia o ayuda de repúblicas madres, en la sangre más pura de la nación cubana?


Esa composición del carácter del hijo de Cuba explica su capacidad para la independencia, que la respetará todo pueblo honrado que la conozca, y su apego tal a su emancipación, que no sería justo desdeñarlo u ofenderlo. Ella explica también la vaga tendencia de los cubanos arrogantes o débiles o desconocedores de la energía de su patria, a apoyar su sociedad naciente y el señorío social con que quisieran imperar en ella, en un poder extraño que se prestase sin cordura a entrar de intruso en la natural lucha doméstica de la Isla favoreciendo a su clase oligárquica e inútil contra su población matriz y productora, como el imperio francés favoreció en México a Maximiliano. Una república sensata de América jamás contribuirá a perpetuar así. con el falso pretexto de incapacidad de Cuba, el alma de amo que la sabiduría política y la humanidad aconsejan extirpar en un pueblo puesto por la naturaleza a ser crucero pacífico y próspero de las naciones.


Los Estados Unidos, por ejemplo, preferirían contribuir a la solidez de la libertad de Cuba, con la amistad sincera a su pueblo independiente que los ama, y les abrirá sus licencias todas, a ser cómplice de una oligarquía pretenciosa y nula que sólo buscase en ellos el modo de afincar el poder local de la clase, en verdad, ínfima de la Isla, sobre la clase superior de sus conciudadanos productores. No es en los Estados Unidos ciertamente donde los hombres osarán buscar sementales para la tiranía. Y esa capacidad plena del hijo de Cuba para su empleo y gobierno, y el servicio de los deberes que en movimiento ascendente de la humanidad tiene asignados su patria, se avivó y hubo de parar en el estallido definitivo de la guerra por el rebosante descontento con que el pueblo de Cuba, atado a un amo de constitución nacional incorregible, paga, con el producto casi total de sus frutos despreciados en la lucha sin término entre el interés español, impotente para cerrar el único mercado a España en la Isla, y las represalias de la Unión Americana, no sólo las obligaciones corrientes y oprobiosas de la ocupación rapaz del país por la codicia que lo estanca, sino la deuda que España contrajo para ahogarlo en sangre, en los diez años de la independencia de 1868 y los de todas las guerras que España ha emprendido en América, después de la independencia de sus colonias y los Estados Unidos, para restablecer en repúblicas libres americanas su dominio europeo y monárquico. Hasta los gastos de la colonia de Africa debe pagar Cuba, y a ese presupuesto confeso, mucho más amargo que el sello sobre el te que alzó en revuelta a Boston, únese el presupuesto silente de la Isla, que sus habitantes, cubanos y españoles, pagan a los encargados de la ley para burlarlas y hacer que se cumpla. Ni el derecho es en Cuba reconocido sin gabela, ni la culpa cae sobre el delincuente que puede comprar su rescate; y es tan familiar la inmoralidad pública, que la amistad íntima con el ladrón y la complicidad diaria con él, llegan a parecer actos sin mancilla a los que blasonan de honradez. Pudre la Isla el vicio español. Y el presupuesto del cohecho, de que se sustenta principalmente la clase política española, pesa sobre Cuba como el gravamen doble del desembolso y el deshonor. Es lícito desear que Cuba emplee en su desarrollo, con ventaja patente de los pueblos que la rodean, los caudales que paga para mantener sobre sí el gobierno que la corrompe, y acoger en su tierra propia, con exclusión forzosa de sus hijos, al español necesitado que huye a barcadas de su pueblo miserable para desalojar al cubano en Cuba de su mesa de artesano y de la propiedad de su suelo. Suspensa la guerra en Cuba en 1878 por su propia fatiga, los revolucionarios previsores entendieron que la constitución irremediable del pueblo español, basada en el goce de las colonias impediría de parte de España la concesión de ninguna de las reformas políticas extrañas a su naturaleza y hostiles a su interés, que en diez y siete años ha estado pidiendo, en vano, un partido de cubanos pacíficos, sin más éxito que las mudanzas de un consejo proponente en la Isla, sin autoridad ni sanción, y que por su composición principal de autoridades españolas privilegiadas y una acorralada minoría de entidades señoriales cubanas, jamás propondrá alivio alguno de la Isla en menoscabo del interés español, ni en merma de sus privilegios. La Revolución había venido preparando ordenadamente, con un partido elector de bases republicanas, todos los elementos vivos de la independencia de Cuba, a fin de tenerlos a punto de acción en el instante en que, vacía ya la esperanza de reformas españolas, estallase a una voz la revolución inmortal definitiva, sin retirada ni reserva. Las dos generaciones: la de los veteranos y la de sus hijos; las dos fuerzas de la independencia: la que combate en la Isla y la que de afuera le ayuda a combatir, se unieron durante tres años de ordenación en el entusiasmo del juicio y el poder de la disciplina, y la Isla entera, radicalmente convencida de la ineptitud de España para privarse de la explotación colonial que la sustenta, y dar vida de hombre y política mejor a los cubanos, se levantó en armas el 24 de febrero de 1895, para no envainarlas sino ante el triunfo de la república.


¿Qué obstáculo pudiera encontrar esta revolución nacida de la convicción del cubano de su aptitud para el trabajo y el gobierno; de la paga cruenta de su mejor sudor a los vicios políticos y desidiosos naturales de la nación que expulsa a los hijos del suelo para ocuparles el rincón con el español privilegiado; del recuerdo perenne, azuzado con las razones diarias de ira, de los hombres extraordinarios que redimieron del grillete el pie de sus, esclavos y se alzaron de su sillón de ricos a quebrar con las manos desnudas el cetro español; y del inefable anhelo del cubano piadoso por la integración espiritual del criollo inculto, en quien parece sin empleo la natural luz, o cuya familia desgreñada huye por el monte, del miedo de no haber pagado la cédula al tirano? La composición actual de los elementos de Cuba demuestra que la revolución magnánima, que verá con indulgencia la timidez de los cubanos lentos, y guardará el puesto a todas las fuerzas sociales,. llagará sin dificultad a la victoria, contra un enemigo cuyo ejército descontento e incompleto pelea de mal grado en una guerra contra la libertad, y cuyo tesoro no puede ya obligar, como hace, veinticinco años, a la Isla insuficiente ya para sus cargas ordinarias, ni acudir al español acaudalado, que ya niega hoy a la guerra la fortuna que puso en salvo en la metrópoli; ni echarse, como en 1868, sobre los bienes de los cubanos, ricos entonces y hoy empobrecidos. En Cuba hay población española y población cubana. De la población española es ya muerto por el despego de sus compatriotas liberales y acriollados al sistema de odio y castigo, el elemento que, preso por su riqueza en la súbita revolución de Yara, aprovechó para las masas, hoy menores, de voluntarios, el encono de los españoles ínfimos contra el criollo que los miraba de señor.


Y en aquellas mismas masas, ese enojo social, base secreta de la ferocidad política, se ha amenguado si no desaparecido, con el sufrimiento común bajo la tiranía de los cubanos y españoles. De esa clase misma, mucha ha engranado ya en el corazón de Cuba, con la mujer y los hijos, y algún bienestar; y esos cubanos de adopción, si por temor injusto vuelven aún los ojos al Norte, como buscando amparo a las represalias, que no ocurrirán jamás, de la República de Cuba, ya no los vuelven, arrepentidos y avergonzados, al arma que habrían de poner contra el pecho de sus hijos. Los cubanos, en presencia de la guerra, se inclinan conforme a la ley general de la naturaleza humana, que conduce a los hombres generosos, cultos o incultos, del lado del sacrificio, que es el más puro goce de la humanidad, y retiene a los egoístas, que son las rémoras del mundo, del lado de los sacrificadores. Los nombres políticos son nuevas vestiduras de esa condición en que se apartan los hombres; y el triunfo de las religiones y de las repúblicas, que llevan en su piedad humana mucho del fuego religioso, enseña que el ímpetu tenaz de los desconsolados, y el juicio previsor que aprovecha esta fuerza que de otro modo acaso se desviaría, pueden siempre más que el asco de pudibundo a las llagas del pobre, y el apego de los hombres sedentarios a las sandalias del hogar y a las prebendas de la vida. Ni el cubano negro, que en su propia cultura y la amistad del blanco justo halla alivio al apartamiento social, que no divide más a blanco y a negros que en los pueblos viejos de la tierra dividió a nobles y villanos, sólo se alzará contra quien le suponga capaz de atentar, por la cólera que revelaría inferioridad verdadera, contra la paz de su patria.


La sublime emancipación de los esclavos por sus amos cubanos, borró, sobre la tierra fecunda por la muerte hermana de criados y dueños, el odio todo de la esclavitud. Es honor singular del pueblo de Cuba, del que ha de pedirse respetuosamente reconocimiento, el que, sin lisonja demagógicas ni precipitada mezcla de los diversos grados de cultura, presenta hoy al observador un liberto más culto y exento de rencor que el de ningún otro pueblo de la tierra. El campesino negro, más cercano a la libertad, vuela a su rifle, con el que jamás en diez años de guerra hirió a la ley, y sólo se le advierte el jubiloso amor con que saluda y la ternura con que mira al hombre de tez de amo que marcha a su lado, o detrás de él, defendiendo la libertad. De la justicia no tienen nada que temer los pueblos, sino los que se resisten a ejercerla. El crimen de la esclavitud debe purgarse, por lo menos, con la penitencia harto suave de alguna mortificación social. Desde los libres campos cubanos, al borde de la fosa donde enterramos juntos al héroe blanco y al negro, proclamamos que es difícil respirar en la humanidad aire más sano de culpa y vigoroso, que el que con espíritu de reverencia rodea a negros y blancos en el camino que del mérito común lleva al cariño y a la paz.


Con el poder de estas justicias: con la fuerza de indignación del hijo de Cuba bajo las vejaciones y gravámenes con que la diezmó España en la guerra de independencia, y le negó la más insignificante mejora en diez y siete años de política inútil de espera, y con la responsabilidad del deber de Cuba en el trabajo de liga y acción a que en la junta de los océanos se preparan los pueblos del orbe, han vuelto los cubanos, de un cabo a otro de su tierra, a demandar a la última razón de las armas, sin odio contra su opresor, y por los métodos estrictos de la guerra culta, el puesto de República que permitirá al hijo de Cuba el empleo de su carácter y actitud y el derecho de abrir su tierra cegada al trato pleno con las naciones a que las acercó la naturaleza y la atrae su capacidad común, y en el cubano a nadie superior para la altivez y el orden de la libertad.


Plenamente conocedor de sus obligaciones con América y con el mundo, el pueblo de Cuba sangra hoy a la bala española, por la empresa de abrir a los tres continentes en una tierra de hombres, la república independiente que ha de ofrecer casa amiga y comercio libre al género humano.


A los pueblos de la América española no pedimos aquí ayuda, porque firmará su deshonra aquel que nos la niegue. Al pueblo de los Estados Unidos mostramos en silencio, para que haga lo que deba, estas legiones de hombres que pelean por lo que pelearon ellos ayer, y marchan sin ayuda a la conquista de la libertad que ha de abrir a los Estados Unidos la Isla que hoy le cierra el interés español. Y al mundo preguntamos, seguros de la respuesta, si el sacrificio de un pueblo generoso, que se inmola por abrirse a él, hallará indiferente o impía a la humanidad por quien se hace.


En demostración de los altos fines y de los métodos cultos de la guerra de independencia de Cuba, y en testimonio de singular gratitud a The New York Herald,- suscriben aquí, como representantes electos, y hasta hoy vigentes, de la revolución, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano y el General en jefe del Ejército Libertador, en Guantánamo, a 2 de mayo de 1895.


El Delegado El General en Jefe
 José Martí Máximo Gómez   




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Última Revisión: 25 de Septiembre del 2007
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