Á Francisco A. de Icaza
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. . . .Cuenta Barbey, en versos que valen bien su prosa |
Una hazaña del Cid, fresca como una rosa, |
Pura como una perla. No se oyen en la hazaña |
Resonar en el viento las trompetas de España, |
Ni el azorado moro las tiendas abandona |
Al ver al sol el alma de acero de Tizona. |
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. . . .Babieca descansando del huracán guerrero, |
Tranquilo pace, mientras el bravo caballero |
Sale á gozar del aire de la estación florida. |
Ríe la Primavera, y el vuelo de la vida |
Abre lirios y sueños en el jardín del mundo. |
Rodrigo de Vivar pasa, meditabundo, |
Por una senda en donde, bajo el sol glorioso, |
Tendiéndole la mano, le detiene un leproso. |
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. . . .Frente á frente, el soberbio príncipe del estrago |
Y la victoria, joven, bello como Santiago, |
Y el horror animado, la viviente carroña |
Que infecta los suburbios de hedor y de ponzoña. |
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. . . .Y al Cid tiende la mano el siniestro mendigo, |
Y su escarcela busca y no encuentra Rodrigo. |
-¡Oh Cid, una limosna! - dice el precito. |
-Hermano, |
Te ofrezco la desnuda limosna de mi mano!- |
Dice el Cid; y, quitando su férreo guante, extiende |
La diestra al miserable, que llora y que comprende. |
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. . . .Tal es el sucedido que el Condestable escancia |
Como un vino precioso en su copa de Francia. |
Yo agregaré este sorbo de licor castellano: |
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. . . .Cuando su guantelete hubo vuelto á la mano |
El Cid, siguió su rumbo por la primaveral |
Senda. Un pájaro daba su nota de cristal |
En un árbol. El cielo profundo desleía |
Un perfume de gracia en la gloria del día. |
Las ermitas lanzaban en el aire sonoro |
Su melodiosa lluvia de tórtolas de oro; |
El alma de las flores iba por los caminos |
A unirse á la piadosa voz de los peregrinos, |
Y el gran Rodrigo Díaz de Vivar, satisfecho, |
Iba cual si llevase una estrella en su pecho. |
Cuando de la campiña, aromada de esencia |
Sutil, salió una niña vestida de inocencia, |
Una niña que fuera una mujer, de franca |
Y angélica pupila, y muy dulce y muy blanca. |
Una niña que fuera un hada ó que surgiera |
Encarnación de la divina Primavera. |
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. . . .Y fué al Cid y le dijo: «Alma de amor y fuego, |
Por Jimena y por Dios un regalo te entrego, |
Esta rosa naciente y este fresco laurel.» |
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. . . .Y el Cid, sobre su yelmo las frescas hojas siente, |
En su guante de hierro hay una flor naciente, |
Y en lo íntimo del alma como un dulzor de miel. |