Damisela Cartas de José Martí a Juan Ruz.

Cartas de José Martí a Juan Ruz. Bandera de Cuba.

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José Martí
Juan Ruz
Cartas de José Martí



Nueva York, 28 de octubre de 1887.


Sr. Juan Ruz.


Distinguido compatriota:


No debo ocultar a Vd. que recibí con especial estimación y agradecimiento su franca carta de 1° de este mes, y que después de ver por ella el concepto que le merece mi amor a mi patria, y la constancia y merito del suyo, me sería difícil tratarlo como a extraño. De ese desinterés y decisión; de ese sensato y desapasionado conocimiento de nuestros problemas y de la realidad del país, deben ir armados todos los que aspiren a distinguirse en su servicio. Se por amigos de Vd. que lo son míos, lo que Vd. vale en la guerra; y vería con dolor que por impaciencia o error de cálculo se pusiera en camino de malograrse hombre tan útil.


Hace ya unos días que recibí su carta, leída más de una vez y aunque en el mismo instante hubiera podido responderle lo que le respondo ahora, demoré de propósito mi contestación para reforzarla con lo que observase en consecuencia de la reunión que acá se tuvo el día 10 de octubre, y con lo que en estos mismos días había de llegar, y ha llegado, a mí noticia, sobre la disposición dominante en las distintas comarcas de nuestro país cuya actitud ha procurado Vd. con cordura conocer.


La reunión del 10 de octubre, para los que servimos a nuestra patria desde el destierro, sólo es importante porque revela la actual tendencia de la mayoría de esta emigración, cansada ya de servir a valientes mal aconsejados o ambiciosos culpables, pero no incapaz, a lo que parece, de entender y ayudar en la hora oportuna un movimiento digno por su alcance de la adhesión y respeto de los mismos a quienes lanza al destierro o la muerte.


Las noticias de la Isla, cada día de mayor gravedad, sí son para nosotros de un interés extremo; porque de desconocerlas, o de apreciarlas mal, o de agigantarlas con la ilusión, podrían perderse vidas a las que espera una gloria durable, debilitarse o quebrarse los elementos que fatalmente colaboran en nuestra obra, y alejarse, quien sabe hasta cuando, lo mismo que se anhela.


Con aquellos hombres hostiles de naturaleza que por falta de conocimiento político o de verdadera virtud patriótica comprometen con la violencia inútil de su lenguaje y el aparato imprudente de sus actos el éxito de una gran lucha cuyos medios y fines parecen escapar a sus alcances,-no podría yo hablar en razón como hablo con Vd., que sabe dirigir sus acciones con el entendimiento. -Ni es tampoco, por fortuna, como aquellos ruines caracteres que se complacen en suponer móviles mezquinos, cuando no traiciones y cobardías, a la virtud que odian, porque no pueden alzarse hasta el juicio sereno y desinteresado con que se ha de servir al país, o porque la virtud, respetando a los hombres en vez de degradarlos, confía más en la fuerza de la razón que en la costumbre que los aduladores populares tienen de ir enseñando sus personas y buscando prosélitos en chismes y corrillos. -Vd. es un hombre entero, comprende la gravedad tremenda de nuestros actos y palabras, y sabe que los sucesos históricos no pueden prepararse ni llevarse a cabo sin un cuidado exquisito, calculando con la mayor precisión posible el instante, los resultados y los elementos. Los héroes mismos, cuando llegan a su hora, mueren abandonados, si no maldecidos por los mismos que los recibirían luego con honor y los acompañarían en su triunfo.


Vd. tiene razón. El esperar, que es en política, cuando no se le debilita por la exageración, el mayor de los talentos, nos ha dado la razón a los que parecía que no la teníamos. El gobierno español ha demostrado su incapacidad para gobernar a Cuba conforme a nuestra cultura y necesidades, y aún para aliviarla. Todos los que esperaron en el, o se fingieron que esperaban, desesperan. Los autonomistas, sin dirección fija ni fe, intentan, con angustia verdadera, sus últimos esfuerzos. Los cubanos no encuentran trabajo, y ven cerca el hambre. Ya el campo está inquieto. Las ofensas constantes de los españoles, y algunas provocaciones nuestras, aumentan sin cesar ese descontento propicio a la revolución. La prudencia misma de los revolucionarios afuera, forzada en unos y meditada en otros, ha contribuido a la fuerza de la situación, porque no resulta ésta violenta ni precipitada, sino natural y fatal, y surgida por causas libres e irremediables, de la propia Isla. Todo tiende a agravar ese estado, en vez de disminuirlo. Están, pues, allegándose todos los elementos de la guerra; pero,-¿están ya allegados?


-¿ha perdido ya la Isla sus últimas esperanzas, como las habrá perdido pronto?


-¿se han confesado definitivamente vencidos los autonomistas, como después de la campaña de este año habrán de confesarse vencidos, por sus actos si no por sus palabras?


-¿los revolucionarios que hoy les obedecen, y esperan por ellos, y no obrarán hoy sin ellos, ¿están ya dispuestos a prescindir de ellos, como prescindirán mañana?


-¿puede compararse, para el éxito de la primera tentativa revolucionaria el estado -muy inquieto, sí, aunque incompleto y con muchos elementos en contra-que ofrece hoy el país, con el que dentro de poco tiempo ofrecerá, a menos que contra todo lo probable no cambie radicalmente España de espíritu y de métodos, cuando las voluntades que ya se buscan se hayan juntado, -cuando los autonomistas vuelvan de las Cortes desconocidos y ofendidos, -cuando las cóleras crecientes culminen con la desesperación y las protestas que seguirán a la pérdida de las últimas esperanzas de hoy y a los desmanes con que procurará el Gobierno refrenarlas, -cuando, en vez de una aspiración vaga y de esfuerzos aislados mal dirigidos, vea el país en la revolución, por una serie de actos nuestros, que revelen plan prudente y verdadera grandeza, una solución seria, preparada sin precipitación para su hora, compuesta como un partido político digno de los tiempos en que ha de influir y de los medios terribles de que ha de valerse?


-¿los auxilios que lleve hoy a la revolución un jefe afamado que desembarque en una comarca no bastante decidida, cerca de otra comarca todavía hostil, serán comparables siquiera a la ayuda de que le prive, ocasionando la persecución prematura y el trastorno de elementos que, dejados a sí mismos, habrán de unirse naturalmente para la guerra?


-¿no está demostrado ya que un jefe puro y notable puede desembarcar en Oriente mismo, aun después de un año de guerra, sin que se decidan a unírsele sus más íntimos amigos y compañeros?


-¿no es verdad que de esa manera el único modo de impedir la revolución es llevarla antes de tiempo, interrumpiendo el desarrollo espontáneo de sus elementos, y que caería sobre nosotros los impacientes la culpa gravísima de haberla malogrado?


-Y sobre todo ¿está acaso tan lejos ese desarrollo a que el instinto político aconseja esperar, para que nos sea permitido arriesgarlo todo por no esperarlo?


Entonces, amigo mío, no llamarán a los héroes "aventureros", sino "redentores"; entonces, sin las últimas esperanzas que ahora juegan, se les habrán de unir, y se les unirán de prisa, los que hoy tienen aun, a pesar de estar ya casi decididos, pretextos para no decidirse por entero; entonces con una sabia conducta desde afuera, se habrán desviado obstáculos y aportado elementos que hoy se nos oponen por falta de preparación adecuada, por lo aislado y personal de nuestras anteriores intentonas, por lo pueril y mal conducida de nuestra política en el extranjero, por no verse de allá en la emigración un cuerpo junto con propósitos respetables en vez de temibles, por la dificultad de que un pueblo amedrentado -que no está al habla ni va unido- se determine a pelear mientras le quede una probabilidad de decoro sin la guerra.


Todo eso quería yo que se hiciera, y por mi parte he hecho, desde hace cuatro años, preparando la hora que hace dos estuvo para llegar, y alejamos con nuestros errores:-la hora que está acercándose, pero no parece llamarnos todavía. Creo que tenemos tiempo. Creo que precisamente el país necesita para decidirse, para convertir en inquietud unánime la que es ya inquietud manifiesta, para reconocer que ya no hay por la paz esperanza ni asidero,-el mismo tiempo que nosotros necesitamos para dar a la revolución desde aquí tal carácter y entereza, por los actos públicos y los trabajos y acuerdos privados, que los elementos impuros que hay en su seno, y los que de la nueva época se le allegarían, no dificultasen su triunfo y empequeñecieran y torciesen sus fines. -Así Cuba admiraría en nosotros a los hombres a la vez valerosos y sagaces que supieron refrenar su heroísmo hasta que la desdicha del país fue mayor que la que nosotros hemos de llevarle para remediarla.


¡Si yo pudiese ver a Vd. en New York, y hablar con Vd. en detalle de todas estas cosas, tan meditadas por mí, que tengo que escribirle precipitadamente! Me llena de miedo pensar que pueda Vd. exponer hoy sin fruto un noble valor republicano y una valiosa experiencia que de aquí a poco tiempo han de ser tan precisos. De nada quiero convencer a Vd. ni disuadirlo; pero ¿cómo no he de decirle lo que palpo, lo que sé de la Isla y lo que pienso? Hablando con Vd., yo le apuntaría dificultades que, llevado de su generosidad, no ha previsto, -tanto de orden político como personal, y en las que puede ser mortal el error: yo compararía, con la serenidad en estas cosas necesarias, -no los peligros, que éstos un hombre como Vd. no los cuenta,-sino las probabilidades de éxito de su plan con los obstáculos y desventajas, y con el riesgo en que podría poner el alzamiento inmediato y definitivo de la Isla, en que los antecedentes de Vd., su pericia militar y su espíritu del bien público pueden subir tanto de valor con las cualidades de prudencia y alta política que en su situación presente tiene Vd. ocasión de revelar.


Para mí es claro que servimos mejor a la patria, y que hasta un buen soldado impaciente de gloria se serviría mejor a sí mismo, contribuyendo a crear, y a permitir que naturalmente se cree, la situación necesaria para sus fines, que lanzándose, fiado a la buena estrella, a precipitarla cuando aún no está dispuesta a la acción, y cuando un sacudimiento prematuro pudiera impedir que se produjesen las circunstancias, recursos y elementos indispensables para la lucha. Para mí es claro que no se debe intentar hoy, sin los tamaños suficientes y antes de la hora natural, lo que precisamente por el hecho de no intentarlo hoy, podremos intentar próximamente con más autoridad, con los tamaños necesarios, y favorecidos por la hora, que aunque no es menos hostil, no nos es aún bastante amiga. Y cuando todo se viene hacia nosotros ¿por que hemos de alejar, con qué derecho hemos de alejar, nuestro triunfo por falta de oportunidad y sabiduría?


¡Si yo pudiese ver a Vd. aquí, y hablarle sobre todo lo que a ese fin, ajustando sus heroicos deseos a los de nuestra tierra, se podría hacer, se puede hacer, es urgente ya hacer, si hemos de servirla de un modo digno de ella! Hacer posible la lucha próxima vale más, amigo mío, que comprometerla. Yo presiento que llegan los días grandes, y no hago por mí más que vigilar y estremecerme. Mostrémonos dignos de la responsabilidad temible que pesa sobre nosotros. Que no se diga que por el interés vanidoso de la gloria, o por cualquier otro interés, contribuimos a afligir a nuestra patria, en el instante mismo en que íbamos a tener ocasión de salvarla. Prepárese, pero no para hoy; porque no tiene el derecho de exponerse a perecer sin fruto uno de los que con más justicia está llamado mañana a guiar. Dígame si, después de conocer estas ideas, desea que le hable de la forma práctica que ya van teniendo, y para la que no hay día perdido. Y dígame si no quiere, como yo, refrenar el amor a la gloria para que en la hora propicia sea mayor su fuerza. Es necesario elevarse a la altura de los tiempos, y contar con ellos.


Deseando vivamente recibir respuesta suya, y que ella fuese su propia persona, queda estimándole y sirviéndole su compatriota afmo.


José Martí

120 Front St.





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Última Revisión: 25 de Septiembre del 2007
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