Detén del mundo sideral el paso,
¡rey de la inmensidad!, que mi alma ardiente
bañarse anhela en tu radioso oriente,
y como águila audaz, sobre tu cumbre
contemplar de placer estremecida
tu vasto mar de centelleante lumbre.
¡Oh cuan dichosa, desde allá, tendiera
mi serena mirada sobre el mundo,
y, sensible, a la vez compadeciera
de sus desventurados habitantes
la triste condición!... Mas no, tampoco
fuera entonces feliz, que diome el cielo
un corazón que enternecido sufre
si mira padecer sus semejantes.
¡Oh hermoso bienhechor de lo creado,
cómo a tu claridad rica y ardiente
se colora mi faz, late mi seno,
se reanima mi espíritu, retoza
la sangre entre mis venas, y respira
dulce frescura y juventud mi frente!
Que tú das vida y hermosura a todo;
tú floreces los valles, tú regalas
frondosa cabellera a los palmares,
lujosos ramos a la ceiba, al bosque
deliciosa verdura,
al suelo alfombra de floridas galas,
perfume al aura y transparencia pura;
tú revives, en fin, y tú das jugo
a todo lo creado...
¡Oh sol excelso!
al recibirte la creación gozosa
palpita de placer; naturaleza
coronada de trémulo rocío,
en júbilo rebosa
y se estremece el río,
y florece la cumbre,
y es todo el aire, suavidad y aroma,
cuando los baña en manantial de lumbre,
tu manto de oro que en oriente asoma.
Mas ya la frente pálida reclinas
desfallecida en el azul del cielo;
¡con qué gracia declinas,
cuando al ocaso entristecido vuelas!
¡cómo temblando en delicioso brillo,
con perlas luminosas de tu lloro,
el mar plateado velas
en una gasa vaporosa de oro!
Lucen las aguas, en vaivén luciente,
tornasolados y cambiantes prismas,
bañan el cielo transparentes olas
de nácar y carmín, que dulcemente
borra una luz celeste y plateada,
brillantes aureolas
ciñen tu regia sien...
Mas ya te abismas
en la tumba infinita y azulada:
¡detente, sol...! ¡Oh Dios! palideciendo
va su disco esplendente,
su riquísimo brillo desmayando,
sus rayos abismándose en las ondas
del profundo océano, lentamente
y más bello que nunca en la agonía
va, con pálido hechizo, sepultando
en los mares lejanos de occidente
su corona de luz...
¡Noche sombría,
que en gran silencio vas por el espacio
con la túnica azul tendida al viento!
¡Qué triste te contempla el pensamiento,
cuando entre sombras vagas,
callada, melancólica, despacio,
¡ay!, como de la envidia el sentimiento
con tus pardos crepúsculos apagas
la inmensa pira de oro y de topacio!
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