¡Umbrosas soledades! ¡desiertos misteriosos!
en que las hojas tristes gimiendo siempre están,
¡colinas desoladas! ¡cipreses temblorosos!
donde llora la musa dulcísima de Ossián.
Haced que en los celajes de aljófar del ocaso,
su sombra melancólica contemple aparecer,
y pálida, doliente, con inseguro paso,
al bosque de los túmulos la mire descender.
Que allí la encuentra siempre la luna peregrina
cuando los altos tilos empiezan a platear
y hablando con las sombras de Oscar y de Malvina,
el alba cuando sale diamantes a llorar.
¡Oh bardo de las tumbas! tus lúgubres pesares
mi espíritu arrebatan con mágica atracción;
pues son tus nebulosos y olímpicos cantares
portentos de tristeza, de encanto y de pasión
El ángel de la muerte segó la dulce vida
de Oscar, el hijo invicto, tu gloria y tu ilusión,
y el inmortal lamento de tu alma adolorida
aún suena en Caledonia con honda vibración.
Malvina, el cisne herido, con los cabellos de oro
flotando sobre el rostro helado y sin color,
es ¡ay! de aquel sepulcro que inunda con su lloro,
la estatua, la escultura, el ángel y la flor.
Visión divina y pálida, celeste y dulce astro,
que lleva traspasado su virgen corazón,
paloma solitaria de nítido alabastro
sobre la esbelta cúpula de negro panteón.
Y al fin, sobre tu seno, el lirio del semblante
para jamás alzarlo doliente reclinó,
en tanto que un gemido inmenso y vacilante
de Escocia, en las salvajes montañas, sollozó.
Las aves, en su losa, sobre las ramas bellas
detienen lastimadas el vuelo desigual,
y en hilos silenciosos las pálidas estrellas
desatan de su llanto el triste manantial.
Las lágrimas enlutan con perdurable velo
de tu mirar profético el húmedo turquí,
se nublan a tus ojos los ópalos del cielo
y sus luceros de oro se apagan para ti.
Los bardos no repiten tus quejas inefables,
callados te contemplan con trémula inquietud,
mas ya las cuerdas buscan tus manos venerables
y en inmortales lágrimas se exhala tu laúd.
¡Estrella inmensa y triste del cielo de la Historia!
mi alma te erige un templo de apasionado amor,
que llevas en tu manto el llanto de la gloria,
y llevas el bautismo sagrado del dolor.
¡Oh Dios grandioso y solo, oue estás en el santuario
con el sublime plectro en la mano inmortal!
el cielo, es a tus ojos un manto funerario;
mas llevas en tus sienes el mundo sideral.
Tu genio excelso imita, sobre la tumba oscura,
un sol gigante de oro que el mundo ve brillar;
los siglos se desploman, y eterna tu figura
se eleva inmarcesible sobre el divíno altar.
¡Oh gran entristecido! ¡Oh celestial poema
de azules paraísos, de ensueños y de luz!
Yo beso, sollozando, tu tétrica diadema
y las inmensas lágrimas que tiemblan en tu cruz.
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