La tarde asoma la diadema triste,
mueve la brisa con amor sus alas,
y montes y colinas a lo lejos
se ven en apacible ondulación.
Sobre las yerbas en silencio llueve
sus cristalinas perlas el rocío
y a recoger tan delicioso llanto
su cáliz abre con placer la flor.
Los crepúsculos vagos que la ciñen,
la estrella virginal que la corona,
y los celajes que en su frente velan
la aureola magnífica del sol;
del lago inmóvil los espejos tristes
que reproducen la sublime escena
¡cómo en profundo y religioso encanto
llevan el alma a meditar en Dios!
De esbeltas palmas ondulantes líneas,
de árboles verdes majestuosas calles
y altas colinas que parecen sombras,
o islas de misterio y soledad,
se retratan allá en el horizonte
o en el seno profundo de los mares,
cuyos vastos extremos se confunden
figurando una misma inmensidad.
Del mar se pierde la asombrada vista
en la brillante majestad serena,
cuyas inquietas y lucientes aguas
tocar parecen la región del sol.
Y en la infinita magnitud del éter
y en la bella extensión del océano
confundida la atónita mirada
flota en mares de luz y tornasol.
Con el manto de estrellas, y la luna
como un topacio en la divina frente,
aparece la noche derramando
melancólicas lágrimas de amor.
La reina de la pálida corona
al trono sube pensativa y casta,
y al mundo baña en celestial tristeza
su amable y sosegado resplandor.
Al verla enamorado y halagüeño
como un manto de trémulos diamantes
desplega el mar sus deslumbrantes olas
para ofrecer espejos a su faz.
Y ella sonriendo, la amorosa seda
deja de sus poéticos celajes
para mecerse en las azules ondas
de luciente y purísimo cristal.
¡Oh, cuánta deliciosa analogía
existe en estas horas ideales,
en esta lobreguez, este silencio,
en este mar de encantadora paz,
con las profundas emociones dulces
que rebosa mi seno conmovido,
con la ternura espiritual de mi alma,
con el llanto que corre por mi faz!
Pues el brillo dudoso de la tarde
o al pálido lucir de las estrellas,
¡cómo en celeste arrobamiento el alma
medita grave y recogida en Dios!
Y cómo anhela sumergirse entonces
en el azul y transparente cielo
para postrar la deslumbrada frente
y mirar de rodillas su esplendor.
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