Erais con vuestras cándidas diademas
de gracia, de dulzura y poesía
los ensueños azules de mi alma,
la esencia de mi ser y de mi vida.
Los óvalos de luz de vuestras frentes,
vuestra triste y dulcísima sonrisa,
vuestros ojos dívinos derramando
suavidades de estrella vespertina:
La bondad celestial de vuestras almas
blancas, resplandecientes, cristalinas,
como el espejo terso de las ondas
en que el disco de Sirio tiembla y brilla,
eran ¡oh cielos! mi sagrado encanto,
eran mi arrobamiento, mi delicia,
eran mi musa pálida y alada,
eran las cuerdas de oro de mi lira.
Y hoy dormís en el fondo de tres tumbas
con sudarios de lágrimas vestidas,
¡lirios del Paraíso deshojados!
¡nave de blancos ángeles perdida!
Ya no os veré jamás ¡flores de mi alma!
¡rosas aquí en mi corazón nacidas!
¡ya no os veré jamás! ¡cómo me anego
en torrentes de lágrimas de acíbar!
¡Cómo sollozo con la frente mustia
en el fúnebre césped sumergida!
¡esculturas de nácar adoradas,
bajo negro dosel, albas y frías!
¡Qué silencio en los ojos! ¡qué tristeza
en las mudas facciones peregrinas!
¡qué lágrimas heladas en sus rostros!
¡qué intensa palidez en sus mejillas!
¡Imágenes en lo íntimo de mi alma
con cinceles eternos esculpidas!
¡yo os amo, yo os venero, yo os adoro,
con los brazos en cruz y de rodillas!
¡Oh mis santas dormidas! ya mi boca
no tocará gimiendo convulsiva,
vuestras brillantes cabelleras de ónix
sobre la yerta palidez tendidas.
No besaré vuestras queridas manos
sin movimiento, pálidas y níveas,
ni se alzarán vuestras pestañas suaves
sobre el armiño de la tez caídas.
Y no veréis mi temblorosa imagen
que aterradora tempestad agita,
en vuestras urnas de cristal inmóviles
de adormideras tétricas ceñidas.
¡Qué siglos de dolor llevo en el alma!
en qué océanos de pesar se abisma¡
¡y en qué playas de luto y de silencio
me encuentro, con las manos extendidas!
En la cuna de plumas de mi seno
os durmió mi canción queda y sentida,
en la cuna de piedras de la muerte
os duermen mis sollozos ¡hijas mías!
¿Quién de este seno que os meció en la infancia
verá la inmensidad de las heridas?
¿quién medirá de mi dolor supremo
el mar sin horizonte y sin orillas?
¡Ojos hermosos, húmedos y tristes
cuyas miradas, sobre mí, se inclinan!
¡frentes con palideces de luceros,
sobre mares de lágrimas mecidas!
Aquí estoy vuestras lápidas velando
cuando la virgen de ópalo declina,
como vela el silencio de las tumbas
una lámpara ínmóvil y encendida.
Mirad mi sombra desolada y muda
que en una eterna soledad camina,
y cubrid con las dalias de la muerte
esta inmensa corona de desdichas.
En la noche sin luna y sin aurora
del calvario que subo dolorida,
yo os miro suaves descender del cielo
con las pálidas frentes pensativas.
¡Oh mi grupo de arcángeles amado,
que sigo sollozando estremecida!
mi alma llorando, de rodillas, besa
vuestras plateadas túnicas que oscilan.
¡Plegad el raso de las tersas alas!
que en el musgo apoyada mi mejilla,
donde se posen vuestros pies sagrados
besando iré la tierra bendecida.
¡Palomas de suavísimo alabastro
en la insondable eternidad dormidas!
yo le enseño a los sauces vuestros nombres
con un sollozo que, llorando, vibra.
Y en el altar de vuestros tres sepulcros,
con la frente en las manos, abatida
como la estatua del dolor eterno
llena de clavos, pálida y sombría,
con un clamor desgarrador os llamo,
de esta gran sombra ante el supremo enigma,
mi corazón despedazado os busca
en la profunda inmensidad vacía:
¡oh en el silencio de la noche inmensa
estrellas apagadas y divinas!
¡almas desengarzadas de mi alma!
¡perlas de mis entrañas desprendidas!
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