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Templad mi lira, dádmela, que sientoEn mi alma estremecida y agitada
 Arder la inspiración. ¡Oh! ¡cuánto tiempo
 En tinieblas pasó, sin que mi frente
 Brillase con su luz...! Niágara undoso,
 Tu sublime terror solo podría
 Tornarme el don divino, que ensañada
 Me robó del dolor la mano impía.
 
 Torrente prodigioso, calma, calla
 Tu trueno aterrador: disipa un tanto
 Las tinieblas que en torno te circundan;
 Déjame contemplar tu faz serena,
 Y de entusiasmo ardiente mi alma llena.
 Yo digno soy de contemplarte: siempre
 Lo común y mezquino desdeñando,
 Ansié por lo terrífico y sublime.
 Al despeñarse el huracán furioso,
 Al retumbar sobre mi frente el rayo,
 Palpitando gocé: ví al Océano,
 Azotado por austro proceloso,
 Combatir mi bajel, y ante mis plantas
 Vórtice hirviente abrir, y amé el peligro.
 Mas del mar la fiereza
 En mi alma no produjo
 La profunda impresión que tu grandeza.
 
 Sereno corres, majestuoso; y luego
 En ásperos peñascos quebrantado,
 Te abalanzas violento, arrebatado,
 Como el destino irresistible y ciego.
 ¿Qué voz humana describir podría
 De la sirte rugiente
 La aterradora faz? El alma mía
 En vago pensamiento se confunde
 Al mirar esa férvida corriente,
 Que en vano quiere la turbada vista
 En su vuelo seguir al borde oscuro
 Del precipicio altísimo: mil olas,
 Cual pensamiento rápidas pasando,
 Chocan, y se enfurecen,
 Y otras mil y otras mil ya las alcanzan,
 Y entre espuma y fragor desaparecen.
 
 ¡Ved! ¡llegan, saltan! El abismo horrendo
 Devora los torrentes despeñados:
 Crúzanse en él mil iris, y asordados
 Vuelven los bosques el fragor tremendo.
 En las rígidas peñas
 Rómpese el agua: vaporosa nube
 Con elástica fuerza
 Llena el abismo en torbellino, sube,
 Gira en torno, y al éter
 Luminosa pirámide levanta,
 Y por sobre los montes que le cercan
 Al solitario cazador espanta.
 
 Mas ¿qué en ti busca mi anhelante vista
 Con inútil afán? ¿Por qué no miro
 Alrededor de tu caverna inmensa
 Las palmas ¡ay! las palmas deliciosas,
 Que en las llanuras de mi ardiente patria
 Nacen del sol a la sonrisa, y crecen,
 Y al soplo de las brisas del Océano,
 Bajo un cielo purísimo se mecen?
 
 Este recuerdo a mi pesar me viene...
 Nada ¡oh Niágara! falta a tu destino,
 Ni otra corona que el agreste pino
 A tu terrible majestad conviene.
 La palma, y mirto, y delicada rosa,
 Muelle placer inspiren y ocio blando
 En frívolo jardín: a ti la suerte
 Guardó más digno objeto, más sublime.
 El alma libre, generosa, fuerte,
 Viene, te ve, se asombra,
 El mezquino deleite menosprecia,
 Y aun se siente elevar cuando te nombra.
 
 ¡Omnipotente Dios! En otros climas
 Vi monstruos execrables,
 Blasfemando tu nombre sacrosanto,
 Sembrar error y fanatismo impío,
 Los campos inundar en sangre y llanto,
 De hermanos atizar la infanda guerra,
 Y desolar frenéticos la tierra.
 Vílos, y el pecho se inflamó a su vista
 En grave indignación. Por otra parte
 Vi mentidos filósofos, que osaban
 Escrutar tus misterios, ultrajarte,
 Y de impiedad al lamentable abismo
 A los míseros hombres arrastraban.
 Por eso te buscó mi débil mente
 En la sublime soledad: ahora
 Entera se abre a ti; tu mano siente
 En esta inmensidad que me circunda,
 Y tu profunda voz hiere mi seno
 De este raudal en el eterno trueno.
 
 ¡Asombroso torrente!
 ¡Cómo tu vista el ánimo enajena,
 Y de terror y admiración me llena!
 ¿Dó tu origen está? ¿Quién fertiliza
 Por tantos siglos tu inexhausta fuente?
 ¿Qué poderosa mano
 Hace que al recibirte
 No rebose en la tierra el Océano?
 
 Abrió el Señor su mano omnipotente;
 Cubrió tu faz de nubes agitadas,
 Dio su voz a tus aguas despeñadas,
 Y ornó con su arco tu terrible frente.
 ¡Ciego, profundo, infatigable corres,
 Como el torrente oscuro de los siglos
 En insondable eternidad...! ¡Al hombre
 Huyen así las ilusiones gratas,
 Los florecientes días,
 Y despierta al dolor...! ¡Ay! agostada
 Yace mi juventud; mi faz, marchita;
 Y la profunda pena que me agita
 Ruga mi frente, de dolor nublada.
 
 Nunca tanto sentí como este día
 Mi soledad y mísero abandono
 Y lamentable desamor... ¿Podría
 En edad barrascosa
 Sin amor ser feliz? ¡Oh! ¡si una hermosa
 Mi cariño fijase,
 Y de este abismo al borde turbulento
 Mi vago pensamiento
 Y ardiente admiración acompañase!
 ¡Cómo gozara, viéndola cubrirse
 De leve palidez, y ser más bella
 En su dulce terror, y sonreírse
 Al sostenerla mis amantes brazos...!
 ¡Delirios de virtud...! ¡Ay! ¡Desterrado,
 Sin patria, sin amores,
 Sólo miro ante mí llanto y dolores!
 
 ¡Niágara poderoso!
 ¡Adiós! ¡adiós! Dentro de pocos años
 Ya devorado habrá la tumba fría
 A tu débil cantor. ¡Duren mis versos
 Cual tu gloria inmortal! ¡Pueda piadoso
 Viéndote algún viajero,
 Dar un suspiro a la memoria mía!
 Y al abismarse Febo en occidente,
 Feliz yo vuele do al Señor me llama,
 Y al escuchar los ecos de mi fama,
 Alce en las nubes la radiosa frente.
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