¿Quién no le rinde culto a tu hermosura
Y ante ella de placer no se enajena,
Si hay en tu busto líneas de escultura
Y hay en tu voz acentos de sirena?
Dentro de tus pupilas centelleantes,
Adonde nunca se asomó un reproche,
Llevas el resplandor de los diamantes
Y la sombra profunda de la noche.
Hecha ha sido tu boca purpurina
Con la sangre encendida de la fresa,
Y tu faz con blancuras de neblina
Donde quedó la luz del sol impresa.
Bajo el claro fulgor de tu mirada
Como rayo de sol sobre la onda,
Vaga siempre en tu boca perfumada
La sonrisa inmortal de la Gioconda.
Desciende en negros rizos tu cabello
Lo mismo que las ondas de un torrente,
Por las líneas fugaces de tu cuello
Y el jaspe sonrosado de tu frente.
Presume el corazón que te idolatra
Como a una diosa de la antigua Grecia,
Que tienes la belleza de Cleopatra
Y la virtud heroica de Lucrecia.
Mas no te amo. Tu hermosura encierra
Tan sólo para mí focos de hastío...
¿Podrá haber en los lindes de la tierra
Un corazón tan muerto como el mío? |
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