KAKEMONO
por Julián del Casal



KAKEMONO

Hastiada de reinar con la hermosura
que te dio el cielo, por nativo dote,
pediste al arte su potente auxilio
para sentir el anhelado goce
de ostentar la hermosura de las hijas
del país de los anchos quitasoles
pintados de doradas mariposas
revoloteando entre azulinas flores.

Borrando de tu faz el fondo níveo
hiciste que adquiriera los colores
pálidos de los rayos de la luna,
cuando atraviesan los sonoros bosques
de flexibles bambúes. Tus mejillas
pintaste con el tinte que se esconde
en el rojo cinabrio. Perfumaste
de almizcle conservado en negro cofre
tus formas virginales. Con obscura
pluma de golondrina puesta al borde
de ardiente pebetero, prolongaste
de tus cejas el arco. Acomodose
tu cuerpo erguido en amarilla estera
y, ante el espejo oval, montado en cobre,
recogiste el raudal de tus cabellos
con agujas de oro y blancas flores.

Ornada tu belleza primitiva
por diestra mano, con extraños dones,
sumergiste tus miembros en el traje
de seda japonesa. Era de corte
imperial. Ostentaba ante los ojos
el azul de brillantes gradaciones
que tiene el cielo de la hermosa Yedo,
el rojo que la luz deja en los bordes
del raudo Kisogawa y la blancura
jaspeada de fulgentes tornasoles
que, a los granos de arroz en las espigas
presta el sol con sus ígneos resplandores.
Recamaban tu regia vestidura
cigüeñas, mariposas y dragones
hechos con áureos hilos. En tu busto
ajustado por anchos ceñidores
de crespón, amarillos crisantemos
tu sierva colocó. Cogiendo entonces
el abanico de marfil calado
y plumas de avestruz, a los fulgores
de encendidas arañas venecianas,
mostraste tu hermosura en los salones,
inundando de férvida alegría
el alma de los tristes soñadores.

¡Cuán seductora estabas! ¡No más bella
surgió la Emperatriz de los nipones
en las pagodas de la santa Kioto
o en la fiesta brillante de las flores!
¡Jamás ante una imagen tan hermosa
quemaron los divinos sacerdotes
granos de incienso en el robusto lomo
de un elefante cincelado en bronce
por hábil escultor! ¡El Yoshivara
en su recinto no albergó una noche
belleza que pudiera disputarle
el lauro a tu belleza! ¡En los jarrones,
biombos, platos, estuches y abanicos
no trazaron los clásicos pintores
figura femenina que reuniera
tal número de hermosas perfecciones!
* * * * * Envío * * * * *
Viendo así retratada tu hermosura
mis males olvidé. Dulces acordes
quise arrancar del arpa de otros días
y, al no ver retornar mis ilusiones,
sintió mi corazón glacial tristeza
evocando el recuerdo de esa noche,
como debe sentirla el árbol seco
mirando que, al volver las estaciones,
no renacen jamás sobre sus ramas
los capullos fragantes de las flores
que le arrancó de entre sus verdes hojas
el soplo de otoñales aquilones.




Julián del Casal
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Última Revisión: 1 de Enero del 2004

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